domingo, 17 de junio de 2012

Badiou y la ética moderna


Introducción
La  ética puede ser definida como la doctrina de las costumbres, como una doctrina que dicta el código del bien y el mal o como el reino de los valores. Se puede decir que es la encargada de dictar que conductas son aceptables o rechazables, que nos es lícito hacer y en ocasiones, hasta que nos está permitido pensar. Para Alain Badiou, la ética contemporánea prioriza los derechos del hombre. Derecho a no sufrir, a no ser dañado, a no ser lastimado en su dignidad, etc. El estandarte de esta ética son los derechos humanos, que vigilan y actúan como una policía para que todo lo anterior se lleve a cabo. Sin embargo, para Badiou, lo que se presenta como un discurso de igualdad y que pretende mejorar las condiciones de las personas debe ser puesto en cuestión, pues lejos de ser un discurso secularizado, está ligado a cierta concepción de la ética y consideraciones piadosas provenientes del cristianismo, razón suficiente para ser puesta en cuestión.

Desarrollo
Según Badiou, la ética moderna tiene como referencia principal la ética de Kant y es concebida como la “capacidad a priori para distinguir el Mal […] y como principio último del juicio, en particular, del juicio político: es lo que interviene muy visiblemente contra un Mal identificable a priori […]”[1]. Así, el derecho mismo es ante todo el derecho “contra” el mal. Se puede resumir la ética moderna en tres puntos cardinales: 1) supone un sujeto humano en general, 2) define el Bien a partir del Mal, 3) los derechos del hombre son los derechos al no Mal, a no ser maltratado ni en su vida, ni en su cuerpo, ni en su identidad cultural. Respecto a las consideraciones anteriores, Badiou dice que se ha olvidado que no existe un hombre en general. Foucault ya nos había enseñado que lo que llamamos hombre es un “concepto histórico y construido, perteneciente a cierto régimen de discurso, y no una evidencia intemporal capaz de fundar derechos o una ética universal”[2]. Por su parte, Althusser abogaba por una historia concebida como un proceso racional regulado, proceso que carecía de sujeto.
 De aquí se desprendía que el humanismo de los derechos y la ética abstracta no eran sino construcciones imaginarias[3]. Asimismo, Lacan consideraba necesario hacer la distinción entre el sujeto y el Yo y ponía en cuestión la idea de una identidad natural o espiritual del hombre[4]. Suponiendo que se desconocieran las tesis anteriores, la ética moderna es digna de critica por el hecho de que al Hombre se le confiere una definición negativa y se le presenta como una víctima. Con ello se identifica al Hombre con un simple animal mortal, lo que impide pensar la singularidad de las situaciones. Badiou, siguiendo a Varlam, considera que si el Hombre no es otra cosa que un animal sufriente, se trata, en todo caso de “una bestia que resiste de una manera muy diferente que los caballos: no por su cuerpo frágil, sino por su obstinación en persistir en lo que es; es decir, precisamente otra cosa que una víctima, otra cosa que un ser-para-la-muerte, o sea: otra cosa que un mortal”[5].
Por otra parte, al definir el Bien a partir del Mal, se obtiene como resultado que “toda tentativa de reunir a los hombres en torno a una idea positiva del Bien […] es en realidad la fuente del mal mismo”[6]. Es decir, toda la idea de justicia o igualdad termina de forma catastrófica, pues invariablemente vira hacia lo peor. Así, el socialismo siempre terminará en una dictadura o en un régimen totalitario. Finalmente nos dice que la ética moderna que se presenta como defensora de los derechos del hombre, es decir, como la ética del reconocimiento del Otro, no es más que otra forma de ordenar el pensamiento bajo la lógica de lo Mismo. Para llegar a esta conclusión, la de la ética ordenada bajo la lógica de lo Mismo, explica el proyecto ético de Emanuel Lévinas.  Lévinas consideraba que el orden del pensamiento occidental estaba regido por la lógica de lo Mismo. Bajo esta lógica era imposible lograr un lazo con el Otro. Según Lévinas, esta forma de ordenar el pensamiento es de origen griego. Por lo tanto, resultaba necesario orientar el pensamiento hacía un origen no griego que propusiera “una apertura radical y primera al Otro, ontológicamente anterior a la construcción de la identidad”[7] y así es como toma como punto de apoyo la tradición judaica, cuya Ley impone la existencia de los otros.

Sin embargo, el proyecto ético de Lévinas requiere un sostén que compuesto por un principio de alteridad que trascienda la experiencia finita, principio al que Lévinas llama el Absolutamente-Otro, que en palabras de Alain Badiou, no es otra cosa que el nombre ético de Dios. En consecuencia, habrá ética en la medida en que haya Dios. Por lo anterior Badiou considera que “toda tentativa de hacer de la ética un principio de lo pensable y del actuar es de esencia religiosa”[8].  Además, el proyecto de Lévinas nos muestra que “extraída de su uso griego […] y tomada en general, la ética es una categoría del discurso piadoso”[9].  Ahora bien, podemos preguntar porque, pese a las consideraciones anteriores, la ética debe ser puesta en duda o que efectos negativos tiene sobre la sociedad. La respuesta es que al pretender suprimir o enmascarar su valor religioso se produce una confusión incomprensible[10]. Así pues, lo que parece ser un discurso de igualdad, en realidad es un discurso segregatorio. Badiou lo explica de la siguiente manera:

 “Una primera sospecha nos invade cuando consideramos que los apóstoles de la ética y el “derecho a la diferencia” visiblemente marcada se horrorizan por toda diferencia un poco marcada. Pues para ellos las costumbres africanas son bárbaras, los islamistas espantosos, los chinos son totalitarios, y así sucesivamente. En verdad este famoso “otro” es presentable únicamente si es un buen otro; es decir, ¿qué otra cosa sino el miso (sic) que nosotros mismos? ¡Respeto a las diferencias, claro que sí! Pero a reserva de que el diferente sea demócrata-parlamentario, partidario de la economía de mercado, sostén de la libertad de opinión, feminista, ecologista…Lo que también puede decirse así: yo respeto las diferencias en la medida en que quien difiere de mí respete exactamente como yo dichas diferencias”[11].

Así pues, la ética moderna puede calificarse como una religión disfrazada y aunque se pregona el derecho al no mal, la primacía de la tolerancia y respeto a las diferencias del otro, en realidad no se hace otra cosa que definir el `ustedes´ a partir del `nosotros´. Si la ética moderna es el derecho al no mal, se refiere entonces al Mal que ha sido definido por Occidente. Es por ello que los gobiernos totalitarios de Oriente son elegidos como la figura representativa de este Mal que ante todo, se debe impedir. Por otra parte, se preocupa  por hacer valer los derechos del hombre, pero que no deja en claro que el hombre o mejor dicho, a la figura de hombre a la que se refiere es la del hombre occidental.
La ética es el reconocimiento del Otro, si, pero en tanto este Otro sea, como dice Badiou, lo más parecido a nosotros. Así, tras el aparente bienestar colectivo que proponen, los derechos humanos ocultan los intereses particulares de unos cuantos.

Conclusión
La ética moderna es, una ética del hombre occidental y se es hombre en tanto se adquieran las costumbres occidentales. Por supuesto que puedes disfrutar de las bondades de los derechos humanos, pero siempre y cuando no te tires al suelo tres veces al día para hacer tus oraciones, no tengas más de una esposa y hables mi idioma. Tenemos una ética del Otro, pero el Otro como lo entiende Lévinas, es el hombre no occidental. El Otro, igual que el hombre, es un concepto construido. Un ejemplo de esta construcción son las exposiciones que se montaban en  Europa durante el siglo XIX; donde se lucían a pigmeos, pieles rojas y todo cuanto personaje exótico se encontrara. Todo aquel que no fuera europeo se mostraba como `lo diferente´ y de este modo se segregaba.  Se era un hombre en tanto que el color de era piel es blanco y  cuanto más oscura era la piel, más alejado se estaba de la humanidad.
La ética moderna puede compararse con un campo de cultivo. En este pueden germinar una gran variedad de plantas, pero en tanto que diferentes, cada una requerirá de cuidados particulares. Por ello, resulta más fácil preparar el terreno para obtener solo cierto tipo de vegetal. Si llega a crecer algún otro será una yerba mala, no porque sea mala en sí, sino porque no es la que se desea y porque no cumple con los requisitos que hemos establecido para que califique como un buen vegetal. Esto es lo que ha hecho Occidente, antes que construir una ética tomando en cuenta la singularidad de cada hombre, construyo una ética en función de un hombre que el mismo produjo. Es decir, adapto cierto concepto de hombre a la ética y no a la inversa. Occidente preparó el terreno de modo que sólo lo que crece dentro de sus límites tiene derechos y merece el calificativo de hombre. Aquello que salga de los cánones establecidos, pertenece al Mal y a la barbarie.


[1] Badiou, Alain, La ética, Herder, 2004,  p.32.
[2] Ibid, p. 28.
[3] Ver Badiou, Alain, La ética, Herder, 2004,  p.29.
[4] Idem
[5] Ibid, p. 36.
[6] Ibid, p.38.
[7] Ibid, p. 44.
[8] Ibid, p. 49.
[9] Idem.
[10] Idem.
[11] Ibid, p.50, (subrayados en el original).

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