Introducción
La
ética puede ser definida como la
doctrina de las costumbres, como una doctrina que dicta el código del bien y el
mal o como el reino de los valores. Se puede decir que es la encargada de
dictar que conductas son aceptables o rechazables, que nos es lícito hacer y en
ocasiones, hasta que nos está permitido pensar. Para Alain Badiou, la ética
contemporánea prioriza los derechos del hombre. Derecho a no sufrir, a no ser
dañado, a no ser lastimado en su dignidad, etc. El estandarte de esta ética son
los derechos humanos, que vigilan y actúan como una policía para que todo lo
anterior se lleve a cabo. Sin embargo, para Badiou, lo que se presenta como un
discurso de igualdad y que pretende mejorar las condiciones de las personas
debe ser puesto en cuestión, pues lejos de ser un discurso secularizado, está ligado
a cierta concepción de la ética y consideraciones piadosas provenientes del
cristianismo, razón suficiente para ser puesta en cuestión.
Desarrollo
Según
Badiou, la ética moderna tiene como referencia principal la ética de Kant y es
concebida como la “capacidad a priori
para distinguir el Mal […] y como principio último del juicio, en particular,
del juicio político: es lo que interviene muy visiblemente contra un Mal
identificable a priori […]”[1].
Así, el derecho mismo es ante todo el derecho “contra” el mal. Se puede resumir
la ética moderna en tres puntos cardinales: 1) supone un sujeto humano en
general, 2) define el Bien a partir del Mal, 3) los derechos del hombre son los
derechos al no Mal, a no ser maltratado ni en su vida, ni en su cuerpo, ni en
su identidad cultural. Respecto a las consideraciones anteriores, Badiou dice
que se ha olvidado que no existe un hombre en general. Foucault ya nos había
enseñado que lo que llamamos hombre es un “concepto histórico y construido, perteneciente
a cierto régimen de discurso, y no una evidencia intemporal capaz de fundar
derechos o una ética universal”[2]. Por
su parte, Althusser abogaba por una historia concebida como un proceso racional
regulado, proceso que carecía de sujeto.
De aquí se
desprendía que el humanismo de los derechos y la ética abstracta no eran sino
construcciones imaginarias[3].
Asimismo, Lacan consideraba necesario hacer la distinción entre el sujeto y el
Yo y ponía en cuestión la idea de una identidad natural o espiritual del hombre[4].
Suponiendo que se desconocieran las tesis anteriores, la ética moderna es digna
de critica por el hecho de que al Hombre se le confiere una definición negativa
y se le presenta como una víctima. Con ello se identifica al Hombre con un
simple animal mortal, lo que impide pensar la singularidad de las situaciones.
Badiou, siguiendo a Varlam, considera que si el Hombre no es otra cosa que un
animal sufriente, se trata, en todo caso de “una bestia que resiste de una
manera muy diferente que los caballos: no por su cuerpo frágil, sino por su
obstinación en persistir en lo que es; es decir, precisamente otra cosa que una
víctima, otra cosa que un ser-para-la-muerte, o sea: otra cosa que un mortal”[5].
Por otra parte, al definir el Bien a partir del Mal,
se obtiene como resultado que “toda tentativa de reunir a los hombres en torno
a una idea positiva del Bien […] es en realidad la fuente del mal mismo”[6]. Es
decir, toda la idea de justicia o igualdad termina de forma catastrófica, pues
invariablemente vira hacia lo peor. Así, el socialismo siempre terminará en una
dictadura o en un régimen totalitario. Finalmente nos dice que la ética moderna
que se presenta como defensora de los derechos del hombre, es decir, como la
ética del reconocimiento del Otro, no es más que otra forma de ordenar el
pensamiento bajo la lógica de lo Mismo. Para llegar a esta conclusión, la de la
ética ordenada bajo la lógica de lo Mismo, explica el proyecto ético de Emanuel
Lévinas. Lévinas consideraba que el
orden del pensamiento occidental estaba regido por la lógica de lo Mismo. Bajo
esta lógica era imposible lograr un lazo con el Otro. Según Lévinas, esta forma
de ordenar el pensamiento es de origen griego. Por lo tanto, resultaba
necesario orientar el pensamiento hacía un origen no griego que propusiera “una
apertura radical y primera al Otro, ontológicamente anterior a la construcción
de la identidad”[7]
y así es como toma como punto de apoyo la tradición judaica, cuya Ley impone la
existencia de los otros.
Sin embargo, el proyecto ético de Lévinas requiere
un sostén que compuesto por un principio de alteridad que trascienda la
experiencia finita, principio al que Lévinas llama el Absolutamente-Otro, que
en palabras de Alain Badiou, no es otra cosa que el nombre ético de Dios. En
consecuencia, habrá ética en la medida en que haya Dios. Por lo anterior Badiou
considera que “toda tentativa de hacer de la ética un principio de lo pensable
y del actuar es de esencia religiosa”[8]. Además, el proyecto de Lévinas nos muestra
que “extraída de su uso griego […] y tomada en general, la ética es una
categoría del discurso piadoso”[9]. Ahora bien, podemos preguntar porque, pese a
las consideraciones anteriores, la ética debe ser puesta en duda o que efectos
negativos tiene sobre la sociedad. La respuesta es que al pretender suprimir o
enmascarar su valor religioso se produce una confusión incomprensible[10]. Así
pues, lo que parece ser un discurso de igualdad, en realidad es un discurso
segregatorio. Badiou lo explica de la siguiente manera:
“Una primera sospecha nos invade cuando
consideramos que los apóstoles de la ética y el “derecho a la diferencia”
visiblemente marcada se horrorizan por
toda diferencia un poco marcada. Pues para ellos las costumbres africanas
son bárbaras, los islamistas espantosos, los chinos son totalitarios, y así
sucesivamente. En verdad este famoso “otro” es presentable únicamente si es un
buen otro; es decir, ¿qué otra cosa sino
el miso (sic) que nosotros mismos?
¡Respeto a las diferencias, claro que sí! Pero a reserva de que el diferente
sea demócrata-parlamentario, partidario de la economía de mercado, sostén de la
libertad de opinión, feminista, ecologista…Lo que también puede decirse así: yo
respeto las diferencias en la medida en que quien difiere de mí respete
exactamente como yo dichas diferencias”[11].
Así
pues, la ética moderna puede calificarse como una religión disfrazada y aunque
se pregona el derecho al no mal, la primacía de la tolerancia y respeto a las
diferencias del otro, en realidad no se hace otra cosa que definir el `ustedes´
a partir del `nosotros´. Si la ética moderna es el derecho al no mal, se
refiere entonces al Mal que ha sido definido por Occidente. Es por ello que los
gobiernos totalitarios de Oriente son elegidos como la figura representativa de
este Mal que ante todo, se debe impedir. Por otra parte, se preocupa por hacer valer los derechos del hombre, pero
que no deja en claro que el hombre o mejor dicho, a la figura de hombre a la
que se refiere es la del hombre occidental.
La
ética es el reconocimiento del Otro, si, pero en tanto este Otro sea, como dice
Badiou, lo más parecido a nosotros. Así, tras el aparente bienestar colectivo
que proponen, los derechos humanos ocultan los intereses particulares de unos
cuantos.
Conclusión
La
ética moderna es, una ética del hombre occidental y se es hombre en tanto se
adquieran las costumbres occidentales. Por supuesto que puedes disfrutar de las
bondades de los derechos humanos, pero siempre y cuando no te tires al suelo
tres veces al día para hacer tus oraciones, no tengas más de una esposa y
hables mi idioma. Tenemos una ética del Otro, pero el Otro como lo entiende
Lévinas, es el hombre no occidental. El Otro, igual que el hombre, es un
concepto construido. Un ejemplo de esta construcción son las exposiciones que
se montaban en Europa durante el siglo
XIX; donde se lucían a pigmeos, pieles rojas y todo cuanto personaje exótico se
encontrara. Todo aquel que no fuera europeo se mostraba como `lo diferente´ y
de este modo se segregaba. Se era un
hombre en tanto que el color de era piel es blanco y cuanto más oscura era la piel, más alejado se
estaba de la humanidad.
La ética moderna puede compararse con un campo de
cultivo. En este pueden germinar una gran variedad de plantas, pero en tanto
que diferentes, cada una requerirá de cuidados particulares. Por ello, resulta
más fácil preparar el terreno para obtener solo cierto tipo de vegetal. Si
llega a crecer algún otro será una yerba mala, no porque sea mala en sí, sino
porque no es la que se desea y porque no cumple con los requisitos que hemos
establecido para que califique como un buen vegetal. Esto es lo que ha hecho
Occidente, antes que construir una ética tomando en cuenta la singularidad de
cada hombre, construyo una ética en función de un hombre que el mismo produjo.
Es decir, adapto cierto concepto de hombre a la ética y no a la inversa.
Occidente preparó el terreno de modo que sólo lo que crece dentro de sus
límites tiene derechos y merece el calificativo de hombre. Aquello que salga de
los cánones establecidos, pertenece al Mal y a la barbarie.
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