Este
trabajo expone la indagación de David Hume respecto a la posibilidad de
establecer una norma del gusto. La empresa humeana se llevó a cabo en el siglo
XVIII, siglo del movimiento cultural de la Ilustración. La Ilustración a su
vez, trajo consigo un ideal: la emancipación del hombre y una de las manifestaciones
de este proyecto ilustrado fue la estética. La estética o teoría de lo bello fue
fundada por Baumgarten, que la definió como la ciencia del conocimiento
sensitivo. De manera más específica se puede definir como la teoría del saber
sensible que tiene por objetivo tratar de alcanzar la perfección del
conocimiento sensible en cuanto tal y que se ocupa de estudiar ciertas
relaciones y comportamiento del ser humano con algunos objetos (como pinturas o
esculturas), así como de las condiciones
individuales y sociales en que se dan dichos objetos y comportamiento[1].
Un tema típico de la estética de los siglos XVII Y
XVIII fue el gusto. Este tema fue abordado por diversos pensadores entre los
que se encuentra David Hume. Hume es conocido primordialmente por su
escepticismo acerca del conocimiento humano y sus investigaciones sobre la
moral. Sin embargo, también abordo ciertas cuestiones sobre la belleza y el arte
y aunque pudiera decirse que no aportó alguna innovación tan radical como en el
ámbito epistemológico, su contribución a la estética no deja de ser importante.
Sin más preámbulos, abordemos la problemática relativa a la norma del gusto.
1. La
diversidad de gustos
Ya
se dijo que el siglo XVIII trajo consigo el proyecto de la emancipación del
hombre y que una de las manifestaciones de este proyecto es el estudio la de la
belleza y sus formas. En dicho estudio muchas veces se cuestionaban el valor de
belleza de los objetos tales como pinturas, esculturas, obras arquitectónicas, etc.
Y aunque se aceptaban ciertas obras como superiores a otras, los juicios
emitidos estaban fundados siempre en la subjetividad y no existía unanimidad
acerca del estándar de belleza.
Hume
se pregunta entonces si existe la posibilidad de fijar un canon de belleza y se
propone indagar sobre la posibilidad de ese canon o estándar de belleza y en
caso de ser factible, determinar con base en que se ha de fijar[2].
Como primer paso en su investigación, Hume acepta que en términos generales
existe un consenso respecto a aquello que es digno de elogio. Sin embargo, ese consenso
desaparece cuando se tratan casos particulares. Pero el problema no termina ahí, pues las
divergencias existen incluso entre las personas que han sido educadas bajo
idénticas condiciones y costumbres. Es decir, un gusto diametralmente opuesto
no se da únicamente entre un francés y un inglés, sino que es posible también
entre dos ingleses o dos franceses. Esta indefinición es caldo de cultivo para disputas sobre el arte y los
sentimientos que provoca. Por tanto, es natural
la búsqueda de una norma del gusto que permita zanjar las disputas
respecto a los diversos sentimientos de los hombres.
Dicha norma es imposible de fundar en primera
instancia por la gran diferencia entre juicio y sentimiento. ¿Qué significa
esto? Que si bien por un lado “todo sentimiento es correcto porque […] no tiene
referencia a nada fuera de sí y es siempre real en tanto un hombre sea
consciente de él”[3],
por otro, “no todas las determinaciones del entendimiento son correctas porque
tienen referencia a algo fuera de sí, a saber, una cuestión de hecho y no
siempre se ajustan a ese modelo”[4]. Esto tiene como consecuencia que puede haber
múltiples opiniones acerca de cierta cuestión, pero sólo una será correcta.
Basta con averiguarla y la polémica habrá terminado.
Pero en el caso de ciertos objetos, digamos un
cuadro, puede despertar un sinfín de sentimientos diferentes y todos ellos
serán correctos “porque ninguno de ellos representa lo que hay realmente en el
objeto”[5], ya
que Hume considera que la belleza no es una cualidad de las cosas mismas[6]. En
consecuencia, la afirmación “me gusta” y “es bello” significan prácticamente lo
mismo.
2. Los
principios de la norma del gusto
Con
base en las observaciones anteriores, resulta evidente lo infructuoso que
resulta cualquier discusión sobre el gusto y por tanto, buscar una norma que
dicte los cánones de belleza es inútil, pues sería como tratar de encontrar el
dulzor o amargor reales. Sin embargo, Hume insiste en que existe una especie de
sentido común que se opone a la afirmación acerca a la concepción de una igualdad
natural de gustos, ya que nadie consideraría igual de bello el aroma de una
flor y el de una zanahoria. Deben existir por tanto, ciertos principios de
aprobación y censura que son uniformes[7]. Resulta,
que lo que llamamos bello responde a una preferencia compartida de los
individuos, es decir, se deriva de una concordancia sistemática o por lo menos
general en la inclinación por algo. Para hacer esas determinaciones hacemos uso
de ciertas pautas o reglas que tienen su fundamento en la experiencia. Así
pues, Hume procede a investigar cuales son las condiciones idóneas para emitir
un juicio crítico y encuentra que son las siguientes:
2.1 Delicadeza del gusto
En
primer lugar considera la disposición natural de los órganos. Existen ciertos
hombres que tienen una predisposición a percibir mejor ciertas cualidades
específicas de los objetos. Por ejemplo, si se sirve el mismo platillo a dos
personas, uno dirá que está muy sabroso mientras que el de gusto delicado será
capaz de decir que ingredientes se utilizaron. Es por esa falta de unanimidad en la capacidad
de distinción que los objetos no causan el mismo placer en todas las personas e
incluso pueden terminar causando indiferencia.
Hume
le da el nombre de delicadeza a esta capacidad de percibir los detalles. La
delicadeza es necesaria para emitir un buen juicio estético porque si bien los
objetos no tienen una belleza en sí, sí poseen ciertas cualidades que
despiertan nuestros afectos y sentimientos, y dado que muchas veces estas
cualidades están confundías entre sí, la delicadeza nos ayudará a distinguirlas
mejor.
2.2 La práctica
Hume
dice que “la misma habilidad y destreza que da la práctica para la ejecución de
cualquier obra, se adquiere también por idénticos medios para juzgarla”[8].
Es cierto que la delicadeza de cada persona es distinta pero, igual que las
artes como la pintura o la escultura, tiende a incrementarse y mejorar por
medio de la práctica. Un principiante no percibirá todos los matices en un
cuadro mientras que un crítico experimentado será capaz de percibir una
cantidad mayor. Así pues, cuanta más experiencia, en este caso, cuantos más
años se tenga observando cuadros, más confiable será su juicio sobre las
cosas.
2.3
La comparación.
La
continua práctica de la contemplación de las cosas hace que uno se sienta
obligado “a comparar entre sí las diversas especies y grados de perfección y a
estimar la proporción existente entre ellos”[9].
Ahora bien, cuanto mayor sea el número de bellezas vistas mayor será la
precisión del juicio emitido. Esto se debe a que “el objeto más acabado del que
tenemos experiencia se considera de modo natural que ha alcanzado la cima de la
perfección”[10].
Así pues, un crítico que ha visto el David de Miguel Ángel tendrá como
paradigma de belleza de las esculturas, la obra del artista italiano y alguien
que sólo ha contemplado esculturas de artistas locales, tendrá como paradigma
la que haya considerado más bella.
2.4 La libertad de prejuicios
Todo
crítico debe tener su mente libre de prejuicios y nada ajeno al objeto mismo
debe influir en sus consideraciones acerca de él. Hume pone el siguiente ejemplo: supongamos
que un orador con el que estoy enemistado presenta cierto discurso frente a una
audiencia. Para poder emitir un juicio que no estuviera viciado, debería
olvidar mi enemistad con el orador. Otra cosa importante tomar el punto de
vista que la obra requiera para evitar
descontextualizarla. Siguiendo con el ejemplo anterior, el discurso no debería
ser juzgado en términos del contenido sino del público al que está dirigido y
el fin que persigue. Cuando estos criterios no se siguen, el gusto del crítico
perderá toda autoridad y su juicio no tendrá mayor valor.
2.5 Buen sentido
El
prejuicio “es destructor de los juicios sólidos y pervierte todas las
operaciones de las facultades intelectuales”[11].
Para evitar que esto suceda es necesario contar con un buen sentido. Esta
facultad permitirá controlar el influjo de los prejuicios que
debilitan la solidez del juicio. Con el buen sentido, Hume termina el listado
de cualidades propias de un buen crítico, aquel que podría establecer su norma
de belleza como la norma absoluta tal como dice en el siguiente fragmento:
“Solamente pueden tenerse por
tales a aquellos críticos que posean un juicio sólido, unido a un sentimiento
delicado, mejorado por la práctica, perfeccionado por la comparación y libre de
todo prejuicio; y el veredicto unánime de tales jueces dondequiera que se les
encuentre, es la verdadera norma del gusto y de la belleza”[12].
Sin
embargo, el de Edimburgo admite que es muy difícil encontrar tales críticos e
incluso distinguir a los verdaderos de los impostores.
Conclusión
Aunque las
facultades que conforman la norma del gusto son perfectibles, es casi imposible
desarrollar todas al máximo y por ende, también resulta casi imposible establecer
una norma del gusto. Así, pese a que todas las reglas del
arte se encuentran en la experiencia y en la observación de los sentimientos
comunes de la naturaleza humana, los sentimientos de los hombres no se adecuan
siempre a las mencionadas reglas. Aún cuando se pudiera conseguir
instituir alguna, ésta estaría relativizada en cierta medida por los diferentes
temperamentos de los hombres y los hábitos propios de las épocas y países
particulares, en especial, los morales. A manera de colofón, diremos entonces
que una norma del gusto que sirva como paradigma para determinar la belleza de
cualquier objeto es inalcanzable. Y aunque con base en las condiciones
anteriormente dadas, si se puede hacer un juicio estético válido, éste nunca
podrá ser necesario.
Bibliografía
Hume,
David, La norma del gusto y otros ensayos
[traducción de María Teresa Beguiristain], Barcelona, Península, 1989, pp.
23-52.
--------------------, Tratado de la naturaleza humana Tomo II
y III, Gernika, México, 2008, pp. 37-47.
[1]
Ver, Sánchez Vázquez, Adolfo, Invitación a la estética, debolsillo,
México, 2007, p.24.
[2]
Es pertinente tener en cuenta dos
cosas acerca del pensamiento de Hume: su posición empirista y su psicologismo. Recordemos que el empirismo es la corriente
filosófica que afirma que todo el conocimiento deriva de la experiencia, la
cual se entiende como la información proporcionada por los órganos de los
sentidos. Este es el gran dogma o estandarte del empirismo, que todo conocimiento
por mínimo que sea, se funda en la experiencia. Así pues, Hume no buscara
establecer el criterio del gusto mediante razonamientos a priori o
conclusiones abstractas del entendimiento sino recurriendo a la experiencia y observación de
los sentimientos comunes de la naturaleza humana. Por su parte, psicologismo permea el problema de la norma
del gusto, ya que lo que el espectador de la obra de arte reciba tendrá que ver
con lo que tiene dentro y con la configuración de su mente.
[3]
Hume, David, “La norma del gusto” en
La norma del gusto y otros ensayos,
Península, Barcelona, 1989, p.27.
[6]
Respecto a la belleza en Hume conviene señalar
tres cosas: en primer lugar, Hume no considera que la belleza sea una propiedad
objetiva de las cosas, ya que existe solo en la mente que las contempla, por lo que cada
persona contemplara una belleza diferente. En segundo lugar, que relaciona la
belleza a aquello que nos proporciona deleite, satisfacción o placer. Hume no
duda en afirmar que el placer no es solo un acompañante de la belleza, sino que
constituye su fundamento. Sin embargo, se debe distinguir entre el placer que
nos produce una copa de vino, que sería un placer puramente hedonista, y el
placer que nos provoca la belleza de una composición musical, que sería un
placer estético. Finalmente, que la belleza deriva también de la conveniencia o
utilidad, por ejemplo, una casa será más bella si cumple con su función de ser
habitable. (Ver Hume, David, Tratado de
la naturaleza humana, Gernika, México, 2008, pp. 41).
hola oye disculpa podrias compartirme el libro de la norma de gusto, no lo he podido encontrar en internet.
ResponderEliminarSobre la norma del gusto (extracto), https://www.ugr.es/~zink/princip/Hume1757.pdf
EliminarHume, D. 'Ensayos morales, políticos y literarios' (completo) http://pdfhumanidades.com/sites/default/files/apuntes/166-HUME%20%282011%29.%20Ensayos%20morales%20poli%CC%81ticos%20y%20literarios.pdf
Muchas gracias por los links. Mucho éxito y buena salud.
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